viernes, 9 de abril de 2010

Hambre de padre. Julieta Garcia

Siempre era lo mismo, todas las tardes con mamá en casa. Ella siempre de punta en blanco, con las uñas pintadas, maquillada como si fuera a salir de aquella gigantesca casa, aunque nunca se iba, ni resiviamos ninguna visita; solo la mucama, con la cual mi madre discutía todo el tiempo, porque no hacia bien su trabajo o dejaba entrar a Sebastián, nuestro obejero alemán, a la casa.
Claro que también estaban mis hermanos, Sabrina y Martín. Sabrina vivía encerrada en su cuarto con esa maldita con esa maldita computadora suya, que nunca me dejo tocar; y Martín todas las tardes practicaba glof en las grandes hectareas que rodeaban mi casa.
Durante la tarde nadie hablaba, todos ocupados en su tarea diaria, por eso yo siempre estaba aburrido, queria jugar con alguien; pero sabía que ni Anibal ni José, mis mejores amigos, querían venir a mi casa; no les gustaba, decían que era muy grande y les daba miedo, por eso solo nos veiamos en el jardín de infantes a la mañana.
¡como me gustaba cuando a la noche, mamá, Sabri y Tincho, me decían que jugaramos a las cartas! Siempre aceptaba con alegría, aunque me hubiera gustado que, alguna vez, papá jugara con nosotros.
Papá nunca estaba en casa, tenía dos trabajos, era gerente de una empresa muy reconocida y también era abogado, solo estaba en casa a la hora de la cena donde se quejaba de su trabajo y luego se iba a dormir porque estaba muy cansado.
Recuerdo que una noche, mientras cenabamos, mamá le sugirió que dejara uno de sus trabajos para estar en casa con nosotros. Ante la perspectiva, se puso como un loco y comenzó a gritarle a mi madre que era una irresponsable al privarnos del dinero de uno de sus trabajos y que los hombres debían trabajar, no quedarce en casa con su familia. "Si seguis dando ese ejemplo, Martín y Lucas te van a salir maricones", exclamaba. Claro que, Lucas era yo.
Esa noche, no pude dormirme pensando en que papá no nos queria y nos dejaba solos porque eramos una fea y mala familia. A la mañana siguiente, andube como un zombie por toda mi casa, con las ojeras hasta el suelo del sueño que tenía. Camine por todo mi hogar hasta llegar a la sala de juegos, donde me sente mirando la pantalla del tele donde estaba conectada mi Nintendo Wi. En un momento sentí como las lagrimas comenzaban a rodar por mi cara, no podía dejar de llorar. Me percate de que alguien había entrado a la habitación pero no me impotó y segui llorando. "¿Que te pasa, Lucas?", escuche la voz de Martín a mis espaldas. Le expleque lo mejor pobible como me sentía, ahogandome con mi propio llanto. El me contestó: "No tenés que llorar por eso, ya sabemos que Alberto no nos quiere -mi hermano siempre llamaba a nuestro padre por su nombre, nunca le dijo papá-. Pero no es culpa nuestra, es él el que tiene el cerebro dado vuelta y no valora lo que hay que valorar. Pensa en mamá, en Sabrina, en mi; que nosotros si te queremos".
Sin pensarlo dos veces, dejé de llorar, ya que Martín, con sus cortos 17 años, era mi idolo, mi modelo a seguir. Aunque una pregunta me dió vueltas en la cabeza durante meses, hasta que, una noche, me animé a despejar la duda, hablando, nada más y nada menos, que con mi padre.
Esperé a que terminaramos de cenar, o seguí a la habitación y, mientras se preparaba para acostarse, inquirí: "Papi, ¿porque no nos queres?", "¿Quien te dijo eso?" me respondió. Yo contesté que nadie y él enloqueció: "¡¿Sabes por que no los quiero?!", gritó, "¡Porque no tendrian que haber nacido!, porque si no existieran yo no tendría que trabajar hasta el cansancio para darles de comer. ¡Toda la culpa es suya!"
Salí de la habitación con los ojos como platos de la sorpresa. ¡Ahora sabía porqué no nos queria papá! Pensé en matarme, pero mamá se iba a poner muy mal, asi que dejé la idea de lado, aunque esa fue la última vez que cruzé palabras con mi padre, no quería molestarlo más ni que me quisiera menos.
Tres años más tarde, cuando cumpli los 7, Martín se fue de casa, a trabajar a otra provincia; donde se casó y tuvo hijos, cuando yo tenía la edad de 18 años.
Bueno, mejor dejo de escribir aca, debo irme a trabajar, estoy exausto con mis dos trabajos, mientras los inutiles de mi mujer y mis hijos se quedan en casa. Ahora entiendo a mi padre.
Anoche, hablé con Martín, el tan tarado se queda en la casa con sus hijos a la tarde, ya que, según él, con un solo trabajo alcanza, pero lo que más vale es conocer a sus chicos a fondo.
Que idiota, ¿Para que quiero saber quien es el mejor amigo de mi hijo? ¿Que me importa como se llama la profesora de matemática de mi hija? Para eso está Samantha, mi mujer, ¡Que sirva para algo en algun momento!
Todavía no puedo creer qe, alguna vez, Martín haya sido mi ejemplo.

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