sábado, 24 de abril de 2010

poema-pablo neruda

puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

sábado, 17 de abril de 2010

El Corazón Delator_ Edgar Allan Poe


¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

-¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!

-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!

FIN

viernes, 9 de abril de 2010

empieza por ti- Julieta García

Siempre me indignó la gente que no respeta las creencias ni pensamientos de las otras personas. O que toman lo que uno piensa como una estupidez, siendo que, por mi parte, todos los pensamientos son balidos y dignos de respeto, aunque sean lo contrario a lo que yo estoy convencida.Pero últimamente me siento más indignada con la gente que no toma en serio el cuidado del medio ambiente.Durante un corto período de tiempo, se produjeron dos grandes sismos de alta escala que se llevaron la vida de millones personas. Pero, ¿quien es el real culpable de este genocidio?La tierra nos esta dando un mensaje, nos esta pagando con la misma moneda; nosotros la destruimos y ella nos destruye a nosotros; pero hay algo que habría que resaltar: los que tenemos que cambiar somos los hombres, ya que la tierra se esta defendiendo de nuestros ataques y para que esta deje de responder de esta forma debemos levantar bandera blanca y rendirnos ante esta guerra en la cual los unicos perdedores y perjudicados somos los humanos, aunque creamos lo contrario.Algunas personas piensan: ¿para que tengo que cuidar, yo, el medio ambiente si el día en que la tierra se destruya no voy a estar vivo?.Tal vez no estemos nosotros, tal vez tampoco nuestros hijos, ni nuestros nietos... Pero ¿que clase de planeta le dejamos a las generaciones futuras?¿Realmente no nos importa el fin de la humanidad?Los ríos donde antes el agua era clara, ahora esta turbia, llena de basura y la gente de bajos recursos se baña en ellos como si fuera el estanque más puro del mundo; el aire contaminado de la ciudad, gracias a los caños de escape de los autos y de las fabricas que tiran sus desechos a la atmosferta; la extinción de las especies, gracias a la tala y caza indiscriminada... Todo es nuestra culpa... Pero todavía nadie abre los ojos para darse cuenta de lo que susede en realidad...Sin los árboles, no habría aire que respirar; pero aunque se detuviera la tala indiscriminada seguiríamos contaminando el aire... Mientras todos critican a los fumadores, respirar aire contaminado tambien es perjudicial (vale aclarar que estoy totalmente en contra del cigarrillo o cuaquier otra droga, ya que la concidero total y mortalmente peligrosa).Pero con uno solo que lea esto, con uno solo que abra los ojos y la mente para ver el problema que nos rodea, no es suficiente... todos debemos poner algo de cada uno para que realmente sirva esta concientización.Nada nos cuesta reciclar, guardar un papel en un bolsillo y tirarlo al cesto de basura cuando llegamos a casa, guardar bolsas y botellas que llevamos para almorzar al lado del río en lugar de tirarlas en el, dejar de arrancar plantas, dejar de practicar el maltrato a los animales...Y tampoco nos cuesta transmitir este mensaje e insentivar el cuidado del medio ambiente, no por una cuestión de moda, no porque todos lo hacen, no porque Leonardo Di Caprio se compró un auto con energía solar, ni porque Shakira construyó una eco-vivienda... Se debe transmitir, simplemente...POR EL BIEN DE TODOS...

Espero no haber ofendido a nadie por algun comentario en mi argumento... y si lo hize pido disculpas... como también espero, cosa que dije al comienzo de este texto, que se respete mi pensamiento y mi posición en este tema tan delicado... piensen que si todo el mundo pensara igual que uno, todo sería muy aburrido... GRACIAS


Julieta Garcia

Loca- Julieta García

Ultimamente, el mundo esta cambiando.
Antes, cuando me levantaba, estaba acortada en mi cama, la cual flotaba sobre el suelo. Abria el ropero y la brisa fresca, que entraba por ahí y que venia del patio, golpeaba mi cara y me refrescaba.
Corria dos baldosas del suelo y despertaba a mi elefante amarillo, que dormía tranquilamente abajo del piso de mi habitación...
Subía la escalera y llegaba al piso de abajo de mi casa. Saludaba a las rosas, que me contaban, felices, que a la tarde, las nubes vendrian a tomar mate al jardín... Yo estaba encantada; me gustaba contarles chistes a la nubes para que lloraran de la risa y asi las flores se hidrataban.
En la calle, todos sonreían, me saludaban y charlaban conmigo... hasta las casas, los autos y los perros.
Ahora no se... mi elefante amarillo desapareció, ya no hay jardín adentro de mi armario, ni ropero, ni cama que flota, ni salgo más a la calle... Las coloridas paredes de mi cuarto ahora son blancas y la camisa de ese mismo color, que llevo puesta, me queda un poco ajustada, no me deja moverme...
Según lo que llegué a percibir después de los que me explicaron, es que estoy loca.
Estos días, estuve viendo el "noticiero", y realmente no entendí porque la loca soy yo... mientras yo se que tengo una cama que flota, los medicos me dicen que no... que yo dormía en una caja de cartón como los chicos que vi en la "tele" el otro día... son unos mentirosos...
Les pregunté por mi elefante amarillo, pero me dijeron que no existía... todavía no les creo...

Hace una semana, salía a la calle con uno de los doctores... no se porque no se huele el mismo aire rico que salía de mi ropero. La brisa huele feo y todo esta sucio. Me di cuenta, con horror, que había pocas flores vivas y que, las que lo estaban, se encontraban tan tristes que ni me hablaban...
Los autos largaban humos feos y hacian mucho ruido; las casas no tenian color y estaban llenas de rayas y dibujos horrendos. La gente pasaba apurada, con cara de mala, empujandose... Ese no era mi mundo... En mi mundo yo era feliz... En mi mundo no estaba loca... ¿por que, para ellos, ser feliz, como yo, es estar loco?
Para mi, los locos son ellos, que viven en un mundo asi y no hacen nada para remediarlo... que viven rodeados de presiones, nervios y cosas malas... y que no son capacez de soñar, ni con un elefante amarillo.

Julieta García

Hambre de padre. Julieta Garcia

Siempre era lo mismo, todas las tardes con mamá en casa. Ella siempre de punta en blanco, con las uñas pintadas, maquillada como si fuera a salir de aquella gigantesca casa, aunque nunca se iba, ni resiviamos ninguna visita; solo la mucama, con la cual mi madre discutía todo el tiempo, porque no hacia bien su trabajo o dejaba entrar a Sebastián, nuestro obejero alemán, a la casa.
Claro que también estaban mis hermanos, Sabrina y Martín. Sabrina vivía encerrada en su cuarto con esa maldita con esa maldita computadora suya, que nunca me dejo tocar; y Martín todas las tardes practicaba glof en las grandes hectareas que rodeaban mi casa.
Durante la tarde nadie hablaba, todos ocupados en su tarea diaria, por eso yo siempre estaba aburrido, queria jugar con alguien; pero sabía que ni Anibal ni José, mis mejores amigos, querían venir a mi casa; no les gustaba, decían que era muy grande y les daba miedo, por eso solo nos veiamos en el jardín de infantes a la mañana.
¡como me gustaba cuando a la noche, mamá, Sabri y Tincho, me decían que jugaramos a las cartas! Siempre aceptaba con alegría, aunque me hubiera gustado que, alguna vez, papá jugara con nosotros.
Papá nunca estaba en casa, tenía dos trabajos, era gerente de una empresa muy reconocida y también era abogado, solo estaba en casa a la hora de la cena donde se quejaba de su trabajo y luego se iba a dormir porque estaba muy cansado.
Recuerdo que una noche, mientras cenabamos, mamá le sugirió que dejara uno de sus trabajos para estar en casa con nosotros. Ante la perspectiva, se puso como un loco y comenzó a gritarle a mi madre que era una irresponsable al privarnos del dinero de uno de sus trabajos y que los hombres debían trabajar, no quedarce en casa con su familia. "Si seguis dando ese ejemplo, Martín y Lucas te van a salir maricones", exclamaba. Claro que, Lucas era yo.
Esa noche, no pude dormirme pensando en que papá no nos queria y nos dejaba solos porque eramos una fea y mala familia. A la mañana siguiente, andube como un zombie por toda mi casa, con las ojeras hasta el suelo del sueño que tenía. Camine por todo mi hogar hasta llegar a la sala de juegos, donde me sente mirando la pantalla del tele donde estaba conectada mi Nintendo Wi. En un momento sentí como las lagrimas comenzaban a rodar por mi cara, no podía dejar de llorar. Me percate de que alguien había entrado a la habitación pero no me impotó y segui llorando. "¿Que te pasa, Lucas?", escuche la voz de Martín a mis espaldas. Le expleque lo mejor pobible como me sentía, ahogandome con mi propio llanto. El me contestó: "No tenés que llorar por eso, ya sabemos que Alberto no nos quiere -mi hermano siempre llamaba a nuestro padre por su nombre, nunca le dijo papá-. Pero no es culpa nuestra, es él el que tiene el cerebro dado vuelta y no valora lo que hay que valorar. Pensa en mamá, en Sabrina, en mi; que nosotros si te queremos".
Sin pensarlo dos veces, dejé de llorar, ya que Martín, con sus cortos 17 años, era mi idolo, mi modelo a seguir. Aunque una pregunta me dió vueltas en la cabeza durante meses, hasta que, una noche, me animé a despejar la duda, hablando, nada más y nada menos, que con mi padre.
Esperé a que terminaramos de cenar, o seguí a la habitación y, mientras se preparaba para acostarse, inquirí: "Papi, ¿porque no nos queres?", "¿Quien te dijo eso?" me respondió. Yo contesté que nadie y él enloqueció: "¡¿Sabes por que no los quiero?!", gritó, "¡Porque no tendrian que haber nacido!, porque si no existieran yo no tendría que trabajar hasta el cansancio para darles de comer. ¡Toda la culpa es suya!"
Salí de la habitación con los ojos como platos de la sorpresa. ¡Ahora sabía porqué no nos queria papá! Pensé en matarme, pero mamá se iba a poner muy mal, asi que dejé la idea de lado, aunque esa fue la última vez que cruzé palabras con mi padre, no quería molestarlo más ni que me quisiera menos.
Tres años más tarde, cuando cumpli los 7, Martín se fue de casa, a trabajar a otra provincia; donde se casó y tuvo hijos, cuando yo tenía la edad de 18 años.
Bueno, mejor dejo de escribir aca, debo irme a trabajar, estoy exausto con mis dos trabajos, mientras los inutiles de mi mujer y mis hijos se quedan en casa. Ahora entiendo a mi padre.
Anoche, hablé con Martín, el tan tarado se queda en la casa con sus hijos a la tarde, ya que, según él, con un solo trabajo alcanza, pero lo que más vale es conocer a sus chicos a fondo.
Que idiota, ¿Para que quiero saber quien es el mejor amigo de mi hijo? ¿Que me importa como se llama la profesora de matemática de mi hija? Para eso está Samantha, mi mujer, ¡Que sirva para algo en algun momento!
Todavía no puedo creer qe, alguna vez, Martín haya sido mi ejemplo.